«Las imágenes no reflejan la realidad» –escribe la policía nacional que se salvó de la muerte saltando de un segundo piso en la sede la ONU en Haití en el momen to del terremoto. Esas palabras y la crónica de Port-au-Prince que venía a continuación me ha dejado sin respiración. «Las imágenes no reflejan la realidad de lo que está ocurriendo; es aún peor, mucho peor y triste.»
He conocido la miseria y del dolor de esta gente en otros momentos difíciles, por ejemplo en un barrio sin ley de la capital llamado cité-soleil, donde mandaban los señores de la droga y de los secuestros. Pero lo que están sufriendo ahora los haitianos supera toda descripción como cuenta quien lo está viviendo con sus propios ojos, con sus cinco sentidos. Pablo Ordaz también nos avisa, con razón: lo que nos llega es incompleto: falta el olor a muerte, ese olor que se queda pegado a la piel y a la ropa y te acompaña, vayas donde vayas, estés donde estés, una eternidad.
Cientos de miles, millones de persones dependen exclusivamente del mundo exterior. De la ayuda que enviemos y de los equipos que ya están allí esperando poder ayudar. Pero el bloqueo es total: ni el mini-aeropuerto, con una sola pista, sirve para la envergadura de la operación, ni hay transporte ni ha carreteras. La gente sigue tirada entre las ruinas y los que se quedaron debajo, aunque no murieran en los primeros momentos, han estado muriendo y siguen muriendo porque nadie puede sacarlos de donde están. Cuando vemos a los supervivientes rescatados se te parte el corazón.